José María Arguedas
En su poesía, se enfrenta también Arguedas a otra dimensión clave de la
modernidad: el conocimiento, la ciencia, la filosofía, el pensamiento. El caso
más conocido es el del célebre poema “Huk doctorkunaman qayay”. Este llamado
a algunos doctores en modo alguno implica refugiarse en la “diferencia”
andina, sino por el contrario, formular una convocatoria, casi un enérgico
emplazamiento, al diálogo intercultural. La misma estrategia discursiva puede
apreciarse en un poema no incluido en
Katatay,14 dedicado a otro de esos “doctores
dialogantes”, Francisco Miró Quesada Cantuarias.
Incluso en un ámbito distinto, el de la religiosidad, no se refugió Arguedas
en una cosmovisión andina supuestamente incontaminada, sino que asumió
decididamente el diálogo intelectual con uno de los esfuerzos más serios de
renovación del pensamiento católico, la teología de la liberación que elaboró
Gustavo Gutiérrez.
En el campo del arte, su actitud es similar. En el poema “Iman Guayasamin”
expresa su admiración por el pintor ecuatoriano, que supo combinar en su
producción plástica la herencia andina con los más innovadores experimentos
formales de la vanguardia. Es ese mismo criterio el que motiva su profunda
admiración por César Vallejo, nuestro poeta nacional y universal, cuya obra, nutrida
por sus raíces andinas, incursiona en formas de experimentación poética
cuya audacia tiene pocos paralelos en la literatura mundial; así cobra todo su
sentido la contundente frase de Arguedas en
El zorro de arriba y el zorro de abajo:
“Vallejo es el principio y el fin”. En los diarios incluidos en esa misma novela
póstuma, valora desde similar perspectiva la obra de admirados escritores (y
amigos). Se trata de algunos de los que Ángel Rama llamará “narradores de la
transculturación”: un Juan Rulfo o un Joao Guimaraes Rosa, cuyas obras surgen
desde las trastierras mexicanas o desde el sertón brasileño, recurriendo a las
técnicas de avanzada de una nueva narrativa latinoamericana.
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